El bar del señor Tomás |
A mediados de la década de 1960 había en Peraltilla cuatro bares: Casa Paco, regentado por la familia Barón Laborda, Casa el Relojero regentado por Nicolás Riverola y su esposa Agustina, el bar de casa Torer, de la familia Toro-Sierra y por último el bar del señor Tomás. A éste último bar me voy a referir en esta pequeña reseña de esta página. El señor Tomás del bar (como popularmente se le conocía) se llamaba Tomás Craver Juste, había nacido en 1914 y era de casa Bruno (la que está entre casa Liesa y casa Carretero, actualmente propiedad del Ayuntamiento), su padre fue caminero, Bruno Craver Agón y su madre se llamaba Inocencia Juste Lacambra. Eran ocho hermanos: Emilio, Tomás, Crescencia, Eulalia, Mª Angeles, Angel, Pilar y Josefa. Ya antes de la guerra, existía en casa Ramoner (actual casa de Amalia) una tienda de alimentación y productos varios en la planta baja y un bar en el piso superior que estaban regentados por Teodora Sierra Benedé. El hijo de Teodora, Ramón Barón se casó con María López que era del pueblo de Bergua. Ramón falleció en la Guerra Civil y María quedó viuda con dos hijos: Ramón y Angelines Barón López. |
Tomás se casó en el año 1944 con María y vivieron en casa de ésta. Tuvieron dos hijos: Tomás y Cesárea. Continuaron llevando el negocio familiar de la tienda y el bar. Tomás se hizo cargo del bar, actividad a la que se adaptó perfectamente y para la que tenía verdadera vocación. Era una persona servicial, de trato amable, con buena conversación, muy pulcro y aseado, que daba un buen servicio. Solía llevar siempre un delantal blanco y un paño en el hombro. |
Esta vez en la planta baja que se acondicionó para tal fin prolongando la estancia de la planta baja que años atrás había sido tienda, hasta el fondo de la casa. El bar del señor Tomás era un local de unos 5 x 10 metros con la barra a la derecha entrando, el televisor al fondo y dos o tres ventanas que daban al callejón que da acceso a casa Trallero. Tenía unas 7 u 8 mesas. Yo recuerdo perfectamente aquel bar, con el señor Tomás detrás del mostrador atendiendo a la clientela, aquel mostrador de pintado de rojo y con rombos blancos. Recuerdo las mesas de tablero redondo, las sillas de madera, las estanterías con las botellas de licor perfectamente ordenadas y la estufa que calentaba el local en invierno. Recuerdo las tardes de domingo, viendo a los mayores jugar al guiñote, al subastado y al siete y medio. Tengo un buen recuerdo del señor Tomás, persona amable y de buen trato, con mucha paciencia con la clientela, sobre todo con los críos que a veces armábamos más bullicio de la cuenta y con los que nunca tuvo una mala palabra.
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